Ocho mil millones

Ocho mil millones de habitantes somos ya. Nueva cifra con la que dimensionar, un poco más si cabe, nuestra insignificancia. Entre China y la India acaparan un tercio del total, así que imaginarse la inmensidad del anonimato de sus habitantes marea, como siempre que algo se fragmenta en tantas partes.

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¿Sentirán ellos el ansia por destacar, por no diluirse en su propia nacionalidad? ¿Qué hay de las otras? Estoy personalmente convencido de que el culto a la fama que existe en Estados Unidos nace del hecho de ser muchos y encima protestantes. Hay que triunfar como sea en vida, sobresalir de algún modo, y no tiene por qué ser por las buenas, la relevancia puede alcanzarse participando en un reality o asesinando a gente en serie.

De hecho la única vez que estuve en un partido de la NBA el público aplaudía más a los famosos que a los jugadores, que eran famosos pero no tanto. El que se llevó la mayor ovación de todas fue David Hasselhoff. Es como si el Bernabéu vitorease a José Coronado en vez de a Modric. Gracias, España, por tu falta de épica en este sentido.

Nuestra cultura es más prosaica. En La colmena, Camilo José Cela retrata la insignificancia de cientos de madrileños que en la posguerra se pelan de frío, van al café, dejan a deber, leen periódicos, chismorrean, se casan, se engañan y dan paseos sin sentido. A nosotros como lectores nos llega el trenzado infinito de conversaciones, de historias que se cruzan, cotidianas, irrelevantes. Su magia es ponernos a contemplar la vida, que pasa. Y ya está.

Y es que la insignificancia, como la estupidez, es de esos pecados que solo se cometen por ignorancia. Cuando uno se sabe insignificante empieza a serlo un poco menos. Los personajes de Cela no saben que hay un autor que los está escribiendo, ni un lector que los lee, solo caminan atareados; en la vida real ni nos leen ni nos escriben, pero uno puede revelarse ciertas cosas a sí mismo simplemente parándose en una plaza populosa, observando a la gente que va, siendo consciente de esas vidas que en su fuero interno se repiten, con mayor o menor fuerza, su propia especialidad, su misma profecía, igual que nosotros nos repetimos la nuestra.

Con ese soniquete en mente podemos desdeñar las cifras. Normal, ocho mil millones de habitantes es algo absurdo. No se puede aprehender. Cuando leo que una empresa vale cien mil millones de euros en bolsa me entran como unas cosquillas, un mareo aritmético, porque conozco perfectamente el trecho entre cien y doscientos euros, pero entre cien mil millones y doscientos mil millones no sé, no puedo, son abstracciones casi ridículas según se enumeran. En la plaza todo se ve más claro. No hay monstruos. La existencia se despliega y casi se puede tocar.

A mí me gusta ir a la plaza a observar las demás vidas, recrearme en sus historias, sus nudos, y luego escuchar la vocecilla interior que dice “tú, sí, tú eres el especial”. Y así soy dios y humano siempre. Una insignificancia manejable.


FLECHITA PARA ARRIBA

Ned Schneeeeeeeebly.

Llego tarde pero me he ventilado todo lo que se ha estrenado de The White Lotus en medio fin de semana. Qué maravilla de serie. Y su creador es Mike White, el que escribió School of Rock y además interpretó al glorioso Mr. Schneebly.

FLECHITA PARA ABAJO

Finlandia, país más feliz del mundo, record de suicidios.

Los países de Europa del Norte, de cualquier Lugar del Norte, en los que ahora mismo anochece a las cuatro de la tarde. En España es a las seis y ya me parece insoportable.