El Puente de los suicidas
El Puente de los suicidas es una novela de ficción. Pero la verdad silenciada que describe es real. En el Madrid de 1998, una media de ocho personas al mes eligieron el Puente de Segovia para acabar con su vida. Hoy el suicidio es la primera causa de muerte no natural en el mundo y sigue siendo el gran tabú de nuestro tiempo.
La ciudad de Madrid en el final del siglo XX es el telón de fondo en una trama adictiva en la que los protagonistas son personas anónimas, esas que nunca buscaron más gloria que la de la propia supervivencia. Una ciudad de contradicciones; dura y cruel en ocasiones, acogedora y solidaria en otras. La gran metrópolis sin corazón y los barrios con historia donde los vecinos aún se saludaban por su nombre.

Camareros y mendigas, curas y poetas, porteros, funcionarias y estudiantes desfilan por esta novela coral, unidos por el Esperanza, el bar que los acoge a todos con la misión de parar una tragedia cotidiana. A.J. Ussía construye una historia que es la de muchos con la fuerza y la valentía de los mejores narradores, en la que el dolor y la compasión se dan la mano.
«El bar Esperanza existió. Hubo un tiempo en que fuimos jóvenes y fueron muchas las noches que esperamos el alba pidiendo la penúltima copa en su barra. Ahora es un irlandés o algún otro local temático sin alma, pero en su día fue el bar que los noctámbulos de Madrid queríamos tener en nuestro paisaje, el lugar al que siempre quisimos volver.» _A.J. Ussía

El emblemático Café Varela de Madrid acogió ayer la presentación del nuevo libro de A.J. Ussía, El Puente de los suicidas (Círculo de Tiza), en un evento que registró un lleno hasta la bandera, a pesar de la cantidad de actos programados a la misma hora. El autor, bien flanqueado por Eva Serrano, su editora, y David Summers, volvió a demostrar que desborda carisma a raudales y que es una de las firmas más sugerentes de la literatura actual.
La presentación reunió a una parte de lo más granado de la cultura, el periodismo e incluso de la política nacional: el propio Summers (que no dudó en presentar el libro a pesar de haber aterrizado de su periplo americano unas pocas horas antes), Karina Sainz Borgo, Jorge Bustos, Rebeca Argudo, Jesús Fernández Úbeda, Guillermo Garabito, Moisés Rodríguez, Borja Sémper y Bárbara Goneaga, por citar algunos pocos. También hubo una amplia representación de las principales promesas del columnismo patrio.


En su introducción, Eva Serrano describió con precisión cirujana y sofisticado gracejo los principales atributos del Ussía escritor: por un lado, disponer de la capacidad de transfigurar un nimio detalle en una gran historia; por otro, haberse convertido en —nada más y, sobre todo, nada menos— un gran narrador. Alabó, también, su profunda y ardua labor de documentación para escribir El puente de los suicidas, y quizá eso explique por qué Alfonso es una enciclopedia con patas.
Precisamente, Ussía utiliza la ficción para descubrirnos un sinfín de historias reales; “sin ocurrencias”, apuntó Serrano. El puente de los suicidas es una novela coral que se constituye como un hondo y sentido homenaje a los anónimos desamparados, aquellos que tienen un paso fugaz por esta vida que, como dijo el propio autor, «no es más que una putada».


Summers destacó que El puente de los suicidas es, a pesar de todo, un preciso y maravilloso retrato de la ciudad y sus gentes; un Madrid que se convierte en un personaje más del libro. Para el artista, lo que le otorga un especial brillo a la novela es el respeto que irradia, que la hace, si cabe, más humana.
El puente de los suicidas termina por ser una obra que llama a la reflexión, porque es esa humanidad que destila de la que carece nuestra sociedad en la atención que brindamos a este problema y especialmente a las personas que se ven abocadas a “quitarse de en medio”. No nos llevemos a engaño: el suicidio en este país no existe, a pesar de ser la principal causa de muerte no natural, con los más de 4.000 casos que se registran al año. Nunca son personas, sólo un dato frío, una estadística para guardar en un cajón.


Pero todavía hay cabida para la Esperanza, y además así, en capitular, como el bar que un día existió frente al viaducto de Segovia y que se erige en la novela como el último asidero para todas aquellas personas que han llegado a ese punto de no retorno en el que ya nada importa, ni siquiera dejar de tener una vida para convertirse en una cifra más.