El encanto de la vida

Cuando de adolescente me preguntaban qué era lo que más me gustaba del verano yo respondía, anticipando mi futuro de joven poeta, que el pliegue exacto de un culo en el preciso instante en que echa a andar. Probablemente lo expresara de otra forma, pero el caso es que con dieciséis años uno podía ir a la playa y la playa se bastaba por sí sola para la felicidad. Luego quedabas con los amigos a aburrirte, a mascar tu insignificancia en grupo, pero a lo mejor conocías a una chica, y esa chica tenía una hermana mayor que le había hablado de los Beatles, o a lo mejor llevaba una camiseta de Blondie, y por una parida como esa se te encendía el corazón y hacías superestructuras en el aire apretando fuerte el puño. Igual que la playa, la vida se bastaba por sí sola. Tenía una manera limpia y nueva de encantarnos.

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Las primeras muestras de libertad también ardían en el pecho. Uno empieza a fumar para sentirse libre, para ejercer la libertad de lo prohibido, para marearse en el patio del recreo y tener algo que ocultar a su regreso. Bebe para embriagarse, sí, pero también para desinhibirse, para ser más libre, más auténtico, para quitarse de encima la civilización y los argumentos puramente lógicos. Y al amor, y al sexo… Uno se siente lanzado a ellos, inevitablemente subyugado. Nada me ha gustado nunca tanto como las  chicas cuando descubrí a las chicas. Era una pasión cristalina y el centro exacto de la vida.

Todo esto tiene el encanto efímero de las primeras veces, de la emoción que se desvanece. El tabaco, el alcohol, el amor y el sexo también son el arte, la comida o la velocidad. Cada cual con sus pasiones. El caso es que con el paso del tiempo se acumula la experiencia pero se pierde la ilusión, de manera inevitable. Esas emociones absolutas, que anegan todo y que obligan a la vida a ser puro presente, se van desgastando con el uso. Y a veces entra la tentación de ya haberlo vivido todo. De ser un puto cínico.

Del cinismo hay que huir como la peste. Es verdad que la repetición es como un jarro de agua fría existencial. Pero hay que aprender a amarla. Según Savater, el secreto para la felicidad es tener gustos sencillos y una mente compleja. En las grandes pasiones es donde más claramente se muestra la sencillez. En el deseo, por ejemplo. El deseo es tan potente porque se renueva siempre, nunca se basta, aunque su objeto sea el mismo. Aquellos a los que llamamos disfrutones suelen ser gente de gustos sencillos que se entregan a ellos como si los probaran por primera vez. Realmente no disfrutan de la vida. La desean. Quieren poseerla a cada instante.

Quizás ese es el secreto, el verdadero encanto de la vida. No ansiar la novedad como un Sísifo moderno, sino descubrir continuamente lo viejo conocido. Desearlo. Para que así nunca sea suficiente. Y no poder cansarnos nunca.


FLECHITA PARA ARRIBA

Françoise Hardy, la mujer que mejor ha llevado un Paco Rabanne, probablemente la mujer que mejor ha llevado cualquier cosa, desde una guitarra hasta el ticket del metro (1968).

En mi sección necrológica de esta semana está la muerte de Paco Rabanne, muerte que, con todo el respeto del mundo, no me ha afectado tanto como otras que han salido aquí. Leyendo sobre él descubro que es de Pasajes. Mi flechita para arriba es para esa sucesión de pueblos pesqueros guipuzcoanos que van de Zumaya hasta Hondarribia y que lo mismo te producen dos diseñadores geniales como Balenciaga y Paco Rabanne que dos históricos de la navegación como Elcano y Blas de Lezo. A eso le llamo yo versatilidad.

Siuuuuuuuuuuuuuuuu.

Para Vargas Llosa, que celebra el hecho de ser el PRIMER autor de la historia en haber sido admitido en la Academia Francesa sin tener ni un solo libro escrito directamente en francés. Histórico Mario.

FLECHITA PARA ABAJO

Vieja foto de Club Amigos del Disco, tienda que sigue exactamente igual: congelada dignamente en el tiempo, en algún lugar de Moncloa.

Muy abstracto, pero la desaparición de lo físico. Vale mil veces más la escucha que hago de un vinilo que de otro disco en Spotify. La accesibilidad y la abundancia no significan necesariamente una mejora de la experiencia global. A veces hasta son contraproducentes, porque diluyen su valor. Pienso mucho en esto últimamente, ya lo desarrollaré en otro Sonajero.

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