El modo en que haces algo

«El modo en que haces algo es el modo en que lo haces todo» (Tom Waits).

Retrato de hombre, por Diego Velázquez (1623).

A los 19 o 20 años –cuando mi anterior banda empezó a ir en serio– entramos de lleno en el mundo de los músicos, lo que se conoce vulgarmente como la escena, en este caso la escena de rock madrileña. En este pequeño cogollo se conocía todo el mundo rápido: los puntos de referencia eran los locales de ensayo, los estudios de grabación y tres o cuatro calles de Malasaña. Poco más había. Fruto de nuestra insolencia juvenil nos creíamos mejor que el resto. Supongo que los demás grupos también se sentían así, superiores por algún motivo. Nosotros tocábamos bien y le echábamos bastante morro, aunque tuvimos dos fallos, ambos mayoritariamente culpa mía: el uso del inglés los primeros años y la inconsistencia estilística después.

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En el compadreo musical con otras bandas había siempre un trato cordial. Todo el mundo se felicitaba por el tema recién sacado, tal o cual concierto. Todos anunciábamos sold outs, agradecíamos a nuestro público, sentíamos el calor de unos pocos admiradores. En privado, la verdad, nos costaba –por lo menos a mí me costaba– reconocer las virtudes de estas bandas cercanas. Los grandes artistas nacionales e internacionales sí que podían ser dignos de nuestro elogio porque los veíamos ahí a lo lejos, en el cartel, y su éxito no iba a suponernos ninguna minusvalía. Pero como se le ocurriese petarlo a alguien cercano… Se podía decir que había cierta falsedad en el ambiente, algo que siempre me ha disgustado pero de lo que no me puedo quejar porque yo formaba parte de ella. En nuestra descarga diré que, siendo el círculo tan estrecho, esa amable falsedad servía de bálsamo para que no acabase todo el mundo a hostias. Luego era el público el que nos colocaba a cada uno en nuestro sitio.

Cuesta muchas veces entender la esencia de la envidia, cuyos frutos son más amargos para quien la padece que para quien la recibe. Reconocer el genio ajeno no disminuye el propio. Al revés, estas cosas siempre se alimentan la una a la otra.

A veces, aunque no es mi naturaleza, caía en el peloteo, por interés o por ganas de agradar. Recuerdo una vez que teloneamos a Taburete en una plaza de toros. Ellos nos habían tratado con cariño y quise devolver el gesto cuando acabaron su show. Me acerqué a Antón y le felicité enormemente por una canción que no existía. Culpa mía por no haber escuchado su disco más reciente, o por no haber alabado una de las que sí conocía. Clásico movimiento de cretino.

Mi impresión al entrar en el mundo de la literatura fue que era más honesto, más sencillo, pero con perspectiva creo que el cambio –como pasa casi siempre en la vida– nacía realmente en mi interior. Simplemente llegué unos años más tarde. Estaba más relajado, no veía el arte como una tarta que repartirnos entre todos. Que tú comieses no iba a dejarme a mí con hambre. La realidad es que a día de hoy tengo una relación buena y sana con muchos músicos. Y que en la literatura, por sus propias limitaciones, es casi imposible sentirse una rock star.

Ahora, cuando algo no me gusta procuro no dar mi opinión salvo que me la pidan. En ese caso intento ser moderado pero honesto. Los sentimientos (especialmente en el arte, que lleva puesto tanto de nosotros) son muy fáciles de herir. Pero la falta de crítica es muy dura cuando toca enfrentarse a la realidad: su silencio o su negativa son un palo más doloroso porque no nos lo esperamos. Si a pesar de estas palabras incurro en las mentiras agradables, me arrepiento a medias: por un lado, es mejor ser justo; por otro, no está de más sembrar un poco de bien en el mundo, aunque sea inmerecido (¡cuánto mal inmerecido hay en el mundo, y qué lógico parece!). Y no es más que mi opinión.

Si por el contrario descubro algo cercano que me gusta lo celebro con especial intensidad y me preocupo mucho de decírselo a su autor. Es muy difícil hacer algo bien, en algún momento, alguna vez en la vida. Esto los hace muy felices. Y a mí me hace muy feliz. Ya no llevo puesta la carga de la envidia y disfruto de un enorme placer: saberme rodeado de gente tan brillante.


FLECHITA PARA ARRIBA

Desde las poderosas ondas de Subterfuge.

Para María Bolín, que me invitó a su podcast Delirios Corrientes y de la que soy fan absoluto. Podéis escuchar nuestro capítulo aquí.

FLECHITA PARA ABAJO

La sesión de la discordia.

Honestamente, me da bastante pena Clara Chía. Una chica de 23 años a la que le ha caído primero un acoso mediático brutal y ahora una humillación pública por parte de una artista internacional. Me parece imposible de gestionar. No sé cómo acabará esto pero tiene mala pinta.