El sonido de la calle

Mi chiste favorito de los últimos meses –que no es un chiste sino más bien una afirmación– dice así:

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Los hombres a partir de los cuarenta son como los baños de las gasolineras, o están ocupados o están hechos un asco.

El chiste lo oyó mi padre en una conversación ajena y ahora su hijo anda repitiéndolo por ahí como un lorito porque la verdad es que me hace mucha gracia. Mucha. Las cosas del habla, del ingenio, me pirran. Aunque con matices, porque les exijo una cosa: espontaneidad.

En la calle es donde está esa cosa viva del lenguaje. Se les nota mucho a los políticos cuando están alejados de la calle (más a estos últimos, tan obsesionados con la forma y no el fondo de las palabras). Los libros vivos son aquellos en los que se habla como personas, no como personajes.

Por contra al ingenio premeditado le tengo tirria, más si se juntan varios ingeniosos en la misma conversación, porque la conversación desaparece. Hay pueblos enteros, identidades nacionales basadas en el ingenio, y esos países son terribles, porque todo el mundo quiere hablar y nadie quiere escuchar al otro. Aunque cabe la pregunta, ¿qué fue antes, la desgracia o el ingenio para sobrellevarla?

Me podría tirar horas y horas imbuido de palabras de otros. Si con la vista el pervertido es el voyeur yo sería un auditeur, consumidor de secretos, de conversaciones. Me estimula el sonido de la calle, me alegra. Y, como todo, lo más puro está en la niñez.

El otro día pasé por delante de un colegio. Había dos niños peleándose por un gol, uno de rasgos negros y otro como del sudeste asiático, no sé si adoptados o de segunda o tercera generación, qué más da. El caso es que uno cogió a otro del cuello de la camisa y empezó a gritar:

–¡Hijo puta, ha sido gol, ha sido gol, vamos siete cinco!

A lo que el otro respondió:

–Pues por el culo te la hinco.

Yo tuve que agarrarme a un poste porque me iba a caer, me entraban unas ganas tremendas de llorar de la emoción. Nuestro idioma está vivísimo. Pero la alegría duró poco; de repente me vi corriendo. Un pavo de seguridad me perseguía porra en mano. ¡Pervertido! ¡Aléjate del colegio! Hui, claro, porque cómo le va a explicar uno a un guardia jurado a la carrera la diferencia entre voyeur y auditeur. A veces el sonido de la calle es el pa pa pa seco de la suela contra el asfalto y el eco de tu perseguidor que se aleja.


FLECHITA PARA ARRIBA

Fotograma de la adaptación audiovisual que, honestamente, no me gustó tanto como el libro.

No me había leído el clásico 90s que es Historias del Kronen hasta ahora y he flipado. Bestial. Mi yo de 18 años estaría abandonando la carrera para entregarse al más puro nihilismo.

FLECHITA PARA ABAJO

Una perturbadora cuenta atrás.

Siempre me sorprenden las modas dentro de la categoría informativa de los sucesos. ¿Por qué el submarino del Titanic ha ocupado todos los titulares esta semana?

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