El Sonajero

La adolescencia es la edad en la que uno empieza a plantearse el futuro en términos concretos. Antes, de niño, se ansía crecer o jugar mejor al fútbol, pero son cosas vagas, abstractas. Hacia el final de la ESO hay que comenzar a elegir. Esto a mí no me supuso un gran problema. Me libré con enorme felicidad de física y química, que tanto juntas como en solitario me provocaban un tremendo sopor. Luego, la carrera: caí en Derecho. Podría haber caído en otro lado. Terminada la universidad llegó el posgrado o directamente trabajar. El camino nos empujaba a centrar el foco, cada vez más; así hasta acabar en un puesto de trabajo concretísimo en un sector concretísimo con habilidades concretísimas.

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Especializarse, se supone, era la garantía de la supervivencia: dominando con esmero una ínfima parte del conocimiento humano se conseguía ser tremendamente útil para esa tarea concreta. A mí esto siempre me provocó un gran rechazo interior.

De entrada porque reniego del concepto de utilidad aplicado al saber. Y además creo que es erróneo. Adorar lo útil es entregarse a las veleidades de un dios que cambia de opinión cada segundo. Lo que hoy es útil mañana será completamente inútil. ¿Cuántas habilidades o profesiones han muerto con el paso de los días? Si el foco y la especialización te vuelven útil, la curiosidad y la amplitud de miras te vuelven valioso. Y por aquí quiero seguir.

En mí la especialización es un hecho antinatural. Me ha costado años y reflexión entender que mi curiosidad no es dispersión, ni pereza, ni capricho. Todo lo contrario. Es una virtud. La curiosidad es profundamente humanista. Como dice el proverbio latino, “nada de lo humano me es ajeno”. La vida es tan amplia, tan compleja… ¿Cómo iba a contentarme con una ínfima porción? Todas las disciplinas son hermanas. Porque son humanas.

Recuerdo que entre mis amigos se debatía cada cierto tiempo la necesidad de que diéramos tanto gallego en el colegio. La realidad es que ninguno lo hablábamos luego en ningún momento, en nuestra vida real. Este argumento, aunque de doble filo, era de peso. A mí nunca me importó aprenderlo. No estaba acumulando objetos inservibles en un desván; estaba construyendo mi personalidad, el edificio que acabaré el día de mi muerte.

Yo estoy hecho de gallego, de ecuaciones de segundo grado, de softwarede producción musical, de la cantidad absurda de fechas históricas que retengo, de Código Civil, de Excel, de reveses a una mano, de literatura rusa, de circuitos eléctricos, de desarrollo de personajes, de balances anuales, de negociaciones de contratos, de salas de edición, de marcas de guitarras, de presentaciones en público, de señales de tráfico, de tipografías, de métrica poética, de due diligence, de capitales de provincia, de los ensayos de Montaigne y de saber freír un huevo.

Hasta del discurso ese de Steve Jobs y la caligrafía en Stanford estoy hecho. Porque los saberes no son una construcción que uno se procura para algo. No. Uno realmente es la construcción de todos sus saberes. Y cuanto más amplia sea su mirada, más lo será su personalidad.


FLECHITA PARA ARRIBA

Uno de los fotogramas más castos de la peli.

Nunca me había visto nada de Lars von Trier y en 24h me metí entre pecho y espalda Nymphomaniac volumen uno y dos. Me sorprendió y me hizo pensar. Y me recordó que las películas no son solo trama y resortes narrativos, sino que también contienen una dimensión psicológica. Espiritual. Y viva Charlotte Gainsbourg.

FLECHITA PARA ABAJO

Se fue él y ya solo queda Willie Nelson como último gran fumado veterano.

No quiero que esto se convierta en una sección de necrológicas pero esta semana murió David Crosby, a quien mi amigo Cabaleiro definió como “un viejecito fumado adorable”. Todo esto sin olvidar sus sombras (adicciones varias, encarcelamientos) ni sus luces: líder del movimiento hippie y miembro destacado de los Byrds y de Crosby, Stills & Nash. Un músico excepcional.

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