Los niños y el tabaco

Una escena habitual: es fin de semana en un piso familiar. La madre o el padre han terminado de comer y se levantan a coronar su pequeño momento de alegría con un pitillo que entra solo. Rebuscan en el bolso o el abrigo y no encuentran la cajetilla.
–Cariño, ¿has visto mi tabaco?
–Ni idea. ¿No estará en la cómoda?
–No, no. Esta mañana lo llevaba encima.
De repente el niño, harto ya de reprimirse, estalla con orgullo.
–¡Te lo he tirado yo a la basura! No quiero que te mueras. ¡Fumar mata!
La madre (vamos a decidir ya que es una madre, y un niño) no le puede negar que fumar mata, y tampoco puede hacerse desaparecer las ganas infinitas que tenía de aquel pitillo. Hay que joderse, piensa con humor: un día te estás escondiendo de tus padres para fumar, chasqueas los dedos y al día siguiente te tienes que esconder de tus hijos. Cómo se pasa la vida. Y para un vicio que tengo…
El niño interpreta que ha hecho el bien. Además, se ha impuesto moralmente a los mayores, una victoria extrañísima a sus años, puesto que son los padres los que nos castigan o nos indican hasta dónde llega la libertad. Él gana y ellos pierden. El niño es, por imperativo, radical. No está matizado ni por la experiencia ni por la razón. Se mueve en extremos, en opiniones absolutas. Pero este niño es intolerante con los vicios por un único motivo: todavía no sabe que él también los tiene. Ahí radica la fuerza de la escena.
Ya han pasado unos años del suceso y la madre sigue fumando, pero ahora el niño ha crecido y empieza a conocer la noche. De repente se siente atraído por una gravedad desconocida: el alcohol, el sexo, puede que las drogas… Y el tabaco, claro. Pongamos que el niño ha descubierto ese placer. Ahora la madre fuma tranquilamente en el salón, y el niño no dice ni mu. Ya no le tira el tabaco: ahora se lo roba. Su mayor preocupación va a ser cómo explicarle a mamá que, bueno, se gasta media paga en Camel. Solo espera que sea clemente.
La vida nos ofrece continuamente estas lecciones. La infancia, impoluta todavía en su trayecto, va directa a la esencia de las cosas. Fumar mata. En consonancia, demanda una reacción igual de aplastante que su lógica. Por suerte los humanos no somos una ecuación. Qué va. Más bien una contradicción andante. Eso se va aprendiendo con los años, al conocer las nuestras. Así aprendemos a tolerar las de los demás.
No por ello el niño pierde razón, ni argumentos. La energía de la juventud resulta siempre necesaria. Avanzar es cuestionarse el mundo, no asumir el estado de las cosas como un hecho inalterable. Por eso al joven le pedimos que rompa, que agite, que mire a las cosas de frente, sin ambages, que exija que todo tiene que cambiar. Igual de necesaria es la tolerancia. Por eso acudimos al viejo como el niño acudió luego a su madre. Para que nos juzgue con moderación y nos demuestre que, en el fondo, todo ha sido igual siempre.
FLECHITA PARA ARRIBA

Me ha encantado Trinchera Pop, el nuevo disco de Iván Ferreiro. Muy bien escrito, tocado, producido… Tiene dos cosas que casi nunca van de la mano: mucho oficio y mucho sentimiento.
FLECHITA PARA ABAJO

Nuevo batacazo del PSG. Creo que la alegría es unánime en todo el mundo menos en París. La vida, por suerte, no es solo dinero.