Los secretos. Santiago Isla

Últimamente me confiesan muchos secretos. A veces el secreto soy yo. Guardo los ajenos con absoluta discreción; los míos los cuento siempre. En mi círculo cerrado, sin reparo, porque prefiero abrirme. Otros los descubro a través de la escritura, que es el arte de desvelar, y ese descubrimiento no es completo hasta que no lo cuelgo al viento publicando.

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Mi vida está hecha de secretos, tan de lo que no se sabe como de lo que sí. Es un entramado que comienza en las conversaciones de adultos que me negaban mis padres. Continúa con los que empecé a ocultar yo, y vive siempre –con su doble naturaleza– en el fuero interno. Porque si uno de verdad quiere guardar un secreto debe ocultárselo a sí mismo. Esto es posible: hasta el mayor moralista es flexible de puertas hacia dentro, de lo contrario no podría sobrevivir. Del mismo modo que se ignora el peso del mundo –las guerras, la pobreza– se puede conseguir ignorar el peso de lo oculto. Y si nosotros mismos no guardamos nuestro secreto, ¿cómo podríamos exigírselo a los demás?

La vida a través de los ojos de los otros es secreta. Por eso fantaseamos con otros seres humanos. Imaginamos su secreto. Por eso las parejas se acaban aburriendo las unas de las otras: del fuego infinito de lo desconocido se pasa a la frialdad de lo concreto, la llana realidad. Se descubre al otro ser humano. El hielo acaba quemando.

La naturaleza del secreto es infinita, tan excitante. Cuando me dicen “te voy a contar un secreto” preferiría que me atropellaran a que no me lo contaran. Qué terrible promesa. En los inicios del amor a veces me siento un devorador de intimidades, de secretos. De lo que sé veo el fin; el secreto es todas las cosas y ninguna, cualquier posibilidad.

Con lo que no se vive bien es con la mentira. Si el secreto es la ocultación, la mentira es la negación. Y lo que se niega no se puede hacer desaparecer, porque al negarlo estamos reconociendo su existencia, aunque sea su no-existencia. Solo el secreto es capaz de alterar la realidad. Para ello hay que tener la firme voluntad de ocultar. Ya me lo dijo mi abuelo, en una cena, cuando yo cargaba con la culpa de haber hecho algo: “Santiago, esas cosas no hay que hacerlas, y si las haces no hay que decirlas”. Ni a uno mismo.


FLECHITA PARA ARRIBA

El primer Indi de la historia.

Se acaba de estrenar en Cannes la última película de Indiana Jones, con un Harrison Ford octogenario todavía en forma. Echando la vista atrás es imposible haber molado más que este tío.

FLECHITA PARA ABAJO

Yo también lloro.

El tiempo pasa y por Nadal llevaba pasando mucho tiempo, pero que se confirme que el sueño tiene un final –el año que viene– es siempre difícil de digerir.

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